Os dejo caer aquí un precioso relato de Tino Soriano un famoso fotógrafo Barcelones que narra sus experiencias con su Leica. No quedaros con la marca, quedaros con el tipo de cámara (una telemétrica) y lo dificil que es cambiar el chip de nuestra cabeza al dejar de lado la reflex.
Leica M. Por Tino Soriano
La primera vez que utilicé una Leica M salieron unas fotografías terribles. La estrené durante un viaje a Indonesia y me siento incapaz de evocar en estos momentos una sola que valiera la pena. Las imágenes que tomé tras la vuelta no fueron mucho mejores, de manera que intenté desesperadamente cambiar mi flamante M-6 por una réflex.
La suerte fue que no lo conseguí. Con cierta perspectiva ahora puedo afirmar que los reportajes más memorables en los quince años que han transcurrido desde que compré mi primera Leica-M los he hecho con estas cámaras. Claro que en aquellos primeros tiempos, una afirmación como ésta la habría considerado una majadería. ¿Si ya trabajaba como fotógrafo profesional para diversos medios nacionales e incluso había obtenido algunos premios nacionales, por qué mis fotos salían tan mal?.
Con el tiempo obtuve la respuesta. Tenía simplemente que empezar otra vez. Fotografiar con una Leica-M es otro concepto, otra manera de mirar, no equiparable a cómo ves el mundo a través del visor de una réflex. Son dos maneras distintas de tomar fotos, de la misma manera que el tenis y el squash no son iguales, aunque ambos se juegan con una raqueta.
“Empezar” no quiere decir ir a una escuela y aprender otra vez teoría fotográfica. Cuando utilizas una Leica trabajas diferente porque, entre otras razones, observas la escena a foco por el visor. Para empezar es importante ahondar en el concepto “profundidad de campo”. Con una réflex ves las zonas desenfocadas en el visor, acorde con la lente que utilizas. Por diseño y tecnología te muestran la imagen con el máximo desenfoque posible, puesto que el diafragma está totalmente abierto para permitir el paso de la máxima luz posible. Pero luego la foto final casi siempre varía respecto a la que observabas si eliges una exposición con un diafragma más cerrado. No sale lo que vistes si no compruebas el foco antes de disparar.
Al contrario, con una Leica M el razonamiento es el siguiente: ¿”Qué diafragma debo utilizar para obtener una imagen como la que observo por el visor?”. Puesto que estas cámaras las utilizo casi siempre con ópticas angulares o con el normal, a poco que cierre la exposición obtengo unas imágenes próximas a mis pretensiones.
La guinda de una cámara de visor simple, no obstante, es el control del momento. Mientras que con una réflex pierdo la visión cuando el espejo está levantado (es decir, cuando realmente la escena queda plasmada en la emulsión o en el sensor digital de la cámara); con mis Leica veo lo que sucede exactamente mientras pulso el disparador. Veo con claridad si el personaje ha cerrado los ojos o tiene una expresión que no me interesa; veo si ha entrado en mi campo visual un objeto inesperado que incrementa el interés de la composición; veo de una manera más geométrica –lo que me permite componer e incluso enfocar mejor- porque todos los elementos de la imagen aparecen diáfanos. ¡Ah, por cierto! A menudo no enfoco. Utilizo la distancia hiperfocal cerrando el diafragma a f/11.
Otra gran virtud de una Leica es su silencio. Gracias a ella he fotografiado el cáncer infantil (libro “El Futuro Existe”), he trabajado una década en las entrañas de un hospital preparando una crónica del día a día (libro “Latidos en un hospital”); he viajado por todo el mundo (libro “Fotografía de Viajes”); he hecho ensayos paisajísticos (libro “Banyoles”) y he fotografiado mis orígenes (libro “Catalans”) pasando prácticamente desapercibido. Cuando trabajo en algunas guías de viaje disfruto mezclándome entre la gente empuñando una Leica. Me gusta tenerla en la mano.
Y es que otra baza importante es su diseño. Es una cámara tan clásica que no atrae la atención de los ladrones –a menos que sepan de lo que realmente se trata- ni de la gente. Me viene a la mente uno de mis reportajes más queridos: “El Rocío”, en Andalucía. Caminaba por caminos polvorientos tras las huellas de los romeros, de los carromatos y de los caballos, cuando vislumbré a un corpulento fotógrafo vestido a la manera convencional: chaleco y prendas caqui, mochila voluminosa y dos impresionantes cámaras réflex con sendos zoom. También llevaba un gran trípode en bandolera. Yo iba con una Leica en la
riñonera y un segundo cuerpo colgado al cuello. Le fui a saludar, me enteré que se llamaba Luis y quedamos que nos encontraríamos en el campamento, de noche, porque la luz en esos momentos era excelente. Al marchar vi que el “Hermano Mayor” (el cofrade con mayor autoridad) intercambiaba unas palabras con el fotógrafo y reparé que ambos me miraban. Junto a un fuego de campamento le pregunté a Luis qué habían comentado. La conversación, más o menos, había transcurrido así:
El Hermano Mayor: “Oye, ¿quién es ese?”
-“Es un fotógrafo de Barcelona”- le contestó Luís.
-“Pues tiene cojones la cosa. Venir desde Barcelona a El Rocío... ¡y traerse la cámara de la comunión!”.
El aspecto inofensivo de la Leica-M me ha permitido obtener muchas imágenes espontáneas, ya que la gente no me toma demasiado en serio porque no uso un equipo voluminoso. Ahora no concibo ningún proyecto personal sin estas cámaras. Eso sí, son tan sencillas de manejo que es preciso agudizar mucho más la mirada para obtener imágenes relevantes. Aquí no vale el viejo truco de utilizar grandes teleobjetivos o angulares extremos.
Cuando imparto talleres de Fotografía a menudo la gente me pregunta cuál es el mejor momento para iniciarse con una cámara tan manual. Yo les respondo: “cuando tu cerebro ha automatizado la técnica fotográfica y te puedes concentrar exclusivamente
en el contenido”. Eso es, para mi, trabajar con Leica M.
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